En el GP de Brasil de 1981, el piloto santafesino ganó la carrera tras desobedecer la orden del equipo Williams de dejar pasar a su compañero Alan Jones.
En aquella lluviosa tarde carioca del 29 de marzo, el Williams con el número 2 había pasado una y otra vez por la línea de meta liderando la segunda fecha del campeonato 1981 de la Fórmula 1 en el trazado de Jacarepaguá. El piloto de ese veloz y confiable monoplaza era el argentino Carlos Alberto Reutemann, segundo volante de la escudería británica.
Su compañero de equipo, el australiano Alan Jones, campeón del mundo vigente, intentaba darle alcance sin éxito. Pero a 9 vueltas del final, apareció en escena acaso el cartel más famoso en la historia de la máxima categoría: “Jones-Reut”. Una clara y explícita orden de la organización de darle prioridad a su piloto líder.
Que iba a marcar un acto de rebeldía sin precedentes y que sería recordado por siempre. Al principio, con un sonrisa; y más tarde, con una mueca de disgusto. Es que la mano dura de Frank Williams no le iba a perdonar al santafesino esa osadía.
Por contrato, el piloto argentino sabía que debía desempeñarse como escudero de Jones. Un papel que había cumplido a la perfección en la primera fecha del campeonato, dos semanas atrás en Long Beach, Estados Unidos, cuando tenía auto como para atacar al australiano pero la orden del equipo fue “hold positions” (conservar posiciones). “Lole” acató ese mandato y garantizó un rentable 1-2 para Williams.
Pero la historia iba a ser diferente bajo la lluvia en Río de Janeiro. Porque no hubo señal alguna de asentimiento y/o acatamiento a la orden exhibida por Jeff Hazell, manager de Williams.
Eran otros tiempos, por supuesto. Mucho menos globalizados y, por lo tanto, con menos posibilidades de acceso a noticias y acontecimientos.
En aquel entonces, la presencia de enviados especiales en diversos eventos, marcaba un diferencial muy importante. Allí estuvo LA CAPITAL, con Hugo Alfonso en los textos y Néstor Alfonso en la fotos. Y se le dedicó una amplísima cobertura durante todo el fin de semana, tal como lo testimonian las imágenes del diario de esa fecha.
Reutemann había sido segundo en la clasificación, detrás del brasileño Nelson Piquet (Brabham), quien literalmente perdió la carrera en la largada misma, al decidir calzar neumáticos slick, con los cuales no tuvo la mínima oportunidad.
El “Lole” tenía dos opciones. Aminorar su ritmo paulatinamente hasta permitir el sobrepaso de Jones (y que la maniobra no resultara tan obvia), o directamente soltar el acelerador y apartarse para dejar pasar al australiano, en una acción algo más grotesca.
Nada de eso sucedió. La determinación del argentino lo llevó a sostener el ritmo ganador, aún a riesgo de excederse en una pista mojada (algunos sostienen que en el contrato también figuraba que si había más de 6 segundos entre ambos, no era obligatorio intercambiar posiciones). Y para regocijo “albiceleste” y estupor de la mayoría, Reutemann llegó primero a la bandera a cuadros en el Gran Premio de Brasil.
En el seno del equipo inglés prácticamente no hubo festejo. Más aún, disgustado por la situación, Jones ni siquiera fue a la ceremonia del podio. Y el “Lole”, esbozando no mucho más que una leve sonrisa, apenas estuvo acompañado por el italiano Riccardo Patrese (Arrows), quien había arribado tercero a la meta.
“No vi ningún cartel. La visibilidad era mala y tenía que concentrarme en el auto y en la pista para no cometer ningún error”, fue la defensa esgrimida por el santafesino oportunamente. Solamente él sabe la verdad.
Lo cierto es que, sin dudas (con el paso de las carreras pudo constatarse) Reutemann estaba en mejores condiciones que Jones en ese 1981 para luchar por el título que nunca pudo conseguir.
Pero, como se anticipó, el equipo nunca se lo perdonó. No le proveyó de las mismas herramientas que al australiano -quien de todos modos quedó lejos en la conversación-, e irremediablemente, en un triste recuerdo de Las Vegas, el piloto argentino resignó el campeonato por apenas un punto en esa última fecha.
Pero así como Williams le hizo saber a cada paso su resentimiento a Reutemann (quien se retiró luego de apenas dos competencias del año 1982), los simpatizantes argentinos guardaron un especial rencor por la marca inglesa -seguramente profundizado por la Guerra de Malvinas-.
En ese contexto, la figura de Reutemann aparecía omnipresente cada domingo de Fórmula 1. En los televisores de casi todos los hogares o en las radios de casi todos los automóviles. Era casi un rito familiar reunirse para ver cada una de sus carreras. Porque el piloto santafesino representaba a todos los argentinos.
Introvertido, en las antípodas de la verborragia, sumamente analítico y frío, podría decirse que no reunía las cualidades de un tipo carismático. Pero supo ganarse su lugar en el afecto de la gente a fuerza de su capacidad, su corrección, y unos cuantos buenos resultados, aunque nunca pudo ser campeón del mundo.
Todos sabían quién era “Lole” y el por qué de su apodo. Pero también Mimicha (su esposa en ese entonces), Cora y Mariana (sus hijas), cómo se vestían, adónde iban, y qué hacían y que no hacían en la paradisíaca Cap Ferrat, donde estaban radicados.
Era un personaje que excedió largamente al piloto de Fórmula 1, mucho antes de decidir incursionar -con gran éxito, por cierto- en el ámbito político. Casi un boom, un fenómeno publicitario con recurrentes apariciones en revistas no solo deportivas.
Estuvo 10 años en la F-1, con 12 victorias (más otras dos obtenidas fuera del campeonato oficial), 45 podios y 6 “pole positions”. Un fuera de serie que, muy típico en este país, fue idolatrado pero también -insólitamente- bastante criticado.
¡Lo que no daríamos hoy por tener un piloto aunque sea un 25% de bueno que el “Lole”!